Los pliegues de lo Real
La mirada jamás es inocua. Observar altera indefectiblemente lo observado, irrumpe en la realidad, la modifica y, a veces con violencia, a veces como una caricia, le añade significados de los que antes carecía. En la obra de Daniela Boo, ese poder modificador de la mirada se vuelve desnudo y franco, proponiéndonos a todos que seamos testigos de esa transformación. Desde las geometrías abstractas y caleidoscópicas, hasta los capots y los cuerpos que devienen lienzos, superficies a explorar y de las que apropiarse, Boo se muestra siempre interviniendo en la realidad, recreándola para nosotros y moviéndose entre las diversas capas que nos separan de ella. Si esa intervención ofrece su versión más contundente en los coches de lujo, esos mecánicos objetos de deseo a los que Boo les añade una nueva pátina de exclusividad convirtiéndolos en objetos «pop» y brindándoles, sin artificio, el aura de una obra irreproducible, o en los cuerpos de modelos que, al vestir prendas blancas estampadas con sus cuadros, se ofrecen como soportes de los universos de Boo, es quizá en los otros, más modestos proyectos, donde esa transformación constante de la realidad se revela de una manera más inspiradora. En la obra de Boo, el mundo cotidiano puede pasar de un recorte hiperrealista de un colectivo de la ciudad de Buenos Aires, que parece casi como si se plantara delante de nosotros, como si fuéramos nosotros mismos voyeurs incómodos de la angustia del pasajero de ese medio de transporte, a unas imágenes cuasi geométricas en las que nada puede reconocerse fácilmente, pero que, sin embargo, al acercarse a la técnica fotográfica del desenfoque extremo, nos revelan otra realidad, no figurativa, caleidoscópica, inasible. Cuando vemos las cosas, el mundo cotidiano, con los ojos de Daniela Boo, vemos, desde luego, su técnica rigurosa, su dominio de la armonía de los colores, su precisión con los encuadres; pero, en una medida mucho mayor, estamos percibiendo el proceso de transformación que Boo ejerce sobre la realidad, la forma en que su pasado, sus referencias culturales, sociales y familiares, cobran vida en sus escenas y se vuelven mucho más reales que el objeto que en teoría retratan. Es casi como si más que una pintora, fuera una artista escénica que nos describe lo que ve y lo conecta con algún momento de su vida, como si nos dijera: relaciono esta geometría con esta canción de los Beatles, este vehículo urbano con mi estancia en un hospital, la angustia de estos transeúntes con la historia trágica de un país, esta explosión luminosa con el placer culpable de los objetos pop. En cada uno de esos fragmentos de lo real, Boo ve algo de sí misma, algo de su historia personal y, al mostrarnos esa Daniela que ve en todo lo que observa, nos permite –casi nos obliga a-- vernos también a nosotros mismos en esa misma realidad. Nos enfrenta a la manera en que nuestra mirada transforma lo que miramos. El lenguaje del cómic, los superhéroes, el hiperrealismo, la mirada extrañada, lo latino como una expresión del pop, los diferentes alfabetos urbanos, la autorreferencia como una forma de onomatopeya, son las mediaciones que Boo pone en juego a la hora de convertir esa realidad, adueñarse de ella y trastocar los sentidos: como en el automóvil Pagani que es a la vez retrato y lienzo, que es, al mismo tiempo, exhibido y modificado para siempre, en cada una de las infinitas franjas que se crean y se deshacen entre el espectador y el objeto, entre quien observa y lo observado, Daniela Boo nos invita a entender, con una honestidad a la que jamás podría aspirar el puro realismo, el lugar que ella misma ocupa en esa intervención, el modo en que, mirando, se mira y, pintando, se pinta.
Eduardo Hojman – Barcelona, 2022
Los pliegues de lo Real
La mirada jamás es inocua. Observar altera indefectiblemente lo observado, irrumpe en la realidad, la modifica y, a veces con violencia, a veces como una caricia, le añade significados de los que antes carecía. En la obra de Daniela Boo, ese poder modificador de la mirada se vuelve desnudo y franco, proponiéndonos a todos que seamos testigos de esa transformación. Desde las geometrías abstractas y caleidoscópicas, hasta los capots y los cuerpos que devienen lienzos, superficies a explorar y de las que apropiarse, Boo se muestra siempre interviniendo en la realidad, recreándola para nosotros y moviéndose entre las diversas capas que nos separan de ella. Si esa intervención ofrece su versión más contundente en los coches de lujo, esos mecánicos objetos de deseo a los que Boo les añade una nueva pátina de exclusividad convirtiéndolos en objetos «pop» y brindándoles, sin artificio, el aura de una obra irreproducible, o en los cuerpos de modelos que, al vestir prendas blancas estampadas con sus cuadros, se ofrecen como soportes de los universos de Boo, es quizá en los otros, más modestos proyectos, donde esa transformación constante de la realidad se revela de una manera más inspiradora. En la obra de Boo, el mundo cotidiano puede pasar de un recorte hiperrealista de un colectivo de la ciudad de Buenos Aires, que parece casi como si se plantara delante de nosotros, como si fuéramos nosotros mismos voyeurs incómodos de la angustia del pasajero de ese medio de transporte, a unas imágenes cuasi geométricas en las que nada puede reconocerse fácilmente, pero que, sin embargo, al acercarse a la técnica fotográfica del desenfoque extremo, nos revelan otra realidad, no figurativa, caleidoscópica, inasible. Cuando vemos las cosas, el mundo cotidiano, con los ojos de Daniela Boo, vemos, desde luego, su técnica rigurosa, su dominio de la armonía de los colores, su precisión con los encuadres; pero, en una medida mucho mayor, estamos percibiendo el proceso de transformación que Boo ejerce sobre la realidad, la forma en que su pasado, sus referencias culturales, sociales y familiares, cobran vida en sus escenas y se vuelven mucho más reales que el objeto que en teoría retratan. Es casi como si más que una pintora, fuera una artista escénica que nos describe lo que ve y lo conecta con algún momento de su vida, como si nos dijera: relaciono esta geometría con esta canción de los Beatles, este vehículo urbano con mi estancia en un hospital, la angustia de estos transeúntes con la historia trágica de un país, esta explosión luminosa con el placer culpable de los objetos pop. En cada uno de esos fragmentos de lo real, Boo ve algo de sí misma, algo de su historia personal y, al mostrarnos esa Daniela que ve en todo lo que observa, nos permite –casi nos obliga a-- vernos también a nosotros mismos en esa misma realidad. Nos enfrenta a la manera en que nuestra mirada transforma lo que miramos. El lenguaje del cómic, los superhéroes, el hiperrealismo, la mirada extrañada, lo latino como una expresión del pop, los diferentes alfabetos urbanos, la autorreferencia como una forma de onomatopeya, son las mediaciones que Boo pone en juego a la hora de convertir esa realidad, adueñarse de ella y trastocar los sentidos: como en el automóvil Pagani que es a la vez retrato y lienzo, que es, al mismo tiempo, exhibido y modificado para siempre, en cada una de las infinitas franjas que se crean y se deshacen entre el espectador y el objeto, entre quien observa y lo observado, Daniela Boo nos invita a entender, con una honestidad a la que jamás podría aspirar el puro realismo, el lugar que ella misma ocupa en esa intervención, el modo en que, mirando, se mira y, pintando, se pinta.
Eduardo Hojman – Barcelona, 2022
Los pliegues de lo Real
La mirada jamás es inocua. Observar altera indefectiblemente lo observado, irrumpe en la realidad, la modifica y, a veces con violencia, a veces como una caricia, le añade significados de los que antes carecía. En la obra de Daniela Boo, ese poder modificador de la mirada se vuelve desnudo y franco, proponiéndonos a todos que seamos testigos de esa transformación. Desde las geometrías abstractas y caleidoscópicas, hasta los capots y los cuerpos que devienen lienzos, superficies a explorar y de las que apropiarse, Boo se muestra siempre interviniendo en la realidad, recreándola para nosotros y moviéndose entre las diversas capas que nos separan de ella. Si esa intervención ofrece su versión más contundente en los coches de lujo, esos mecánicos objetos de deseo a los que Boo les añade una nueva pátina de exclusividad convirtiéndolos en objetos «pop» y brindándoles, sin artificio, el aura de una obra irreproducible, o en los cuerpos de modelos que, al vestir prendas blancas estampadas con sus cuadros, se ofrecen como soportes de los universos de Boo, es quizá en los otros, más modestos proyectos, donde esa transformación constante de la realidad se revela de una manera más inspiradora. En la obra de Boo, el mundo cotidiano puede pasar de un recorte hiperrealista de un colectivo de la ciudad de Buenos Aires, que parece casi como si se plantara delante de nosotros, como si fuéramos nosotros mismos voyeurs incómodos de la angustia del pasajero de ese medio de transporte, a unas imágenes cuasi geométricas en las que nada puede reconocerse fácilmente, pero que, sin embargo, al acercarse a la técnica fotográfica del desenfoque extremo, nos revelan otra realidad, no figurativa, caleidoscópica, inasible. Cuando vemos las cosas, el mundo cotidiano, con los ojos de Daniela Boo, vemos, desde luego, su técnica rigurosa, su dominio de la armonía de los colores, su precisión con los encuadres; pero, en una medida mucho mayor, estamos percibiendo el proceso de transformación que Boo ejerce sobre la realidad, la forma en que su pasado, sus referencias culturales, sociales y familiares, cobran vida en sus escenas y se vuelven mucho más reales que el objeto que en teoría retratan. Es casi como si más que una pintora, fuera una artista escénica que nos describe lo que ve y lo conecta con algún momento de su vida, como si nos dijera: relaciono esta geometría con esta canción de los Beatles, este vehículo urbano con mi estancia en un hospital, la angustia de estos transeúntes con la historia trágica de un país, esta explosión luminosa con el placer culpable de los objetos pop. En cada uno de esos fragmentos de lo real, Boo ve algo de sí misma, algo de su historia personal y, al mostrarnos esa Daniela que ve en todo lo que observa, nos permite –casi nos obliga a-- vernos también a nosotros mismos en esa misma realidad. Nos enfrenta a la manera en que nuestra mirada transforma lo que miramos. El lenguaje del cómic, los superhéroes, el hiperrealismo, la mirada extrañada, lo latino como una expresión del pop, los diferentes alfabetos urbanos, la autorreferencia como una forma de onomatopeya, son las mediaciones que Boo pone en juego a la hora de convertir esa realidad, adueñarse de ella y trastocar los sentidos: como en el automóvil Pagani que es a la vez retrato y lienzo, que es, al mismo tiempo, exhibido y modificado para siempre, en cada una de las infinitas franjas que se crean y se deshacen entre el espectador y el objeto, entre quien observa y lo observado, Daniela Boo nos invita a entender, con una honestidad a la que jamás podría aspirar el puro realismo, el lugar que ella misma ocupa en esa intervención, el modo en que, mirando, se mira y, pintando, se pinta.
Eduardo Hojman – Barcelona, 2022
The Space Between People
‘You are born alone, you die alone, the value of the space in between is trust and love’ Louise Bourgeois ‘The great challenge is loneliness’ states the artist. Like art, loneliness often feels like being trapped behind glass; that’s the signature experience of urban life. Daniela’s art, arising out of loneliness, driven by a desire to communicate, describing what it looks like and feels like, on one hand with extreme stillness, on the other hand in a vertigo of colours, can be seen for the first time in Berlin. With colour and vibrancy Daniela Boo communicates the poetry, musicality, solitude and diversity of our urban landscape. Daniels’s paintings serve as a consistent, serial investigation into the rhythm, mood and spatial movement of her urban environment. In this presentation of selected works from 2008-2017, pedestrians, cars, buses, trains, billboards, advertising, television and other familiar elements of our urban environment encircle and about one another, at times overlapping, at times blurring into an accelerated moving energy of abstract colour, allowing us the viewer to think, along with Daniela, through colour. As everything around us accelerates faster and faster our own pedestrian speed remains the same. This human pace, our solitary stillness, among the cacophony of city noise and colour, as we wait for trains, buses, sit in taxis, is captured in works such as Pasajero, the focus being concentrated on the individual. The observed or the observer? Looked at or overlooked? Daniela’s paintings provoke such questions. Spaces are created between the viewer and the observed, the painter and the audience.
Art Gallery Z, Berlin, February 2017
The Space Between People
‘You are born alone, you die alone, the value of the space in between is trust and love’ Louise Bourgeois ‘The great challenge is loneliness’ states the artist. Like art, loneliness often feels like being trapped behind glass; that’s the signature experience of urban life. Daniela’s art, arising out of loneliness, driven by a desire to communicate, describing what it looks like and feels like, on one hand with extreme stillness, on the other hand in a vertigo of colours, can be seen for the first time in Berlin. With colour and vibrancy Daniela Boo communicates the poetry, musicality, solitude and diversity of our urban landscape. Daniels’s paintings serve as a consistent, serial investigation into the rhythm, mood and spatial movement of her urban environment. In this presentation of selected works from 2008-2017, pedestrians, cars, buses, trains, billboards, advertising, television and other familiar elements of our urban environment encircle and about one another, at times overlapping, at times blurring into an accelerated moving energy of abstract colour, allowing us the viewer to think, along with Daniela, through colour. As everything around us accelerates faster and faster our own pedestrian speed remains the same. This human pace, our solitary stillness, among the cacophony of city noise and colour, as we wait for trains, buses, sit in taxis, is captured in works such as Pasajero, the focus being concentrated on the individual. The observed or the observer? Looked at or overlooked? Daniela’s paintings provoke such questions. Spaces are created between the viewer and the observed, the painter and the audience.
Art Gallery Z, Berlin, February 2017
The Space Between People
‘You are born alone, you die alone, the value of the space in between is trust and love’ Louise Bourgeois ‘The great challenge is loneliness’ states the artist. Like art, loneliness often feels like being trapped behind glass; that’s the signature experience of urban life. Daniela’s art, arising out of loneliness, driven by a desire to communicate, describing what it looks like and feels like, on one hand with extreme stillness, on the other hand in a vertigo of colours, can be seen for the first time in Berlin. With colour and vibrancy Daniela Boo communicates the poetry, musicality, solitude and diversity of our urban landscape. Daniels’s paintings serve as a consistent, serial investigation into the rhythm, mood and spatial movement of her urban environment. In this presentation of selected works from 2008-2017, pedestrians, cars, buses, trains, billboards, advertising, television and other familiar elements of our urban environment encircle and about one another, at times overlapping, at times blurring into an accelerated moving energy of abstract colour, allowing us the viewer to think, along with Daniela, through colour. As everything around us accelerates faster and faster our own pedestrian speed remains the same. This human pace, our solitary stillness, among the cacophony of city noise and colour, as we wait for trains, buses, sit in taxis, is captured in works such as Pasajero, the focus being concentrated on the individual. The observed or the observer? Looked at or overlooked? Daniela’s paintings provoke such questions. Spaces are created between the viewer and the observed, the painter and the audience.
Art Gallery Z, Berlin, February 2017
Las reflexiones de Daniela Boo
El ojo viaja, siempre, siempre viaja. El ojo no es estático. El reconocimiento de los objetos puede detenernos, pero siempre estarán en nuestra marcha. Pero estamos en un tiempo donde todo marcha. Ya no importa la nuestra, sino la dinámica que se suscita entre las velocidades. La nuestra, peatonal, casi estática en relación a la velocidad, por ejemplo, de un tren subterráneo. Lo esperamos en un terreno que no se mueve hasta que subimos a él, terreno que si se mueve. Estatismo y movilidad, esta es la clave para entender la fascinante obra de Daniela Boo. ¿Que es lo que se traslada en el tren subterráneo? ¿La multitud? Si, pero también la conciencia de la realidad. Ella no es estática. El periodismo nos enseñó un aspecto de la fotografía: lo móvil se eterniza (si es que su documentación sobrevive). Pero hay otra fotografía: la que propone lo subjetivo, tan sea estático o móvil. Muchos fotógrafos aceptan el desafío llegando hasta la abstracción. Aquí la fotografía compite con la pintura. Pero la pintura a su vez compite con la fotografía, ya que muchos pintores fascinados con la fotografía intentan el hiperrealismo. La conciencia de la realidad y la conciencia del mundo en movimiento que se tiene en la actualidad está más allá de la tecnología, aunque esta la haya despertado: reside en el ser humano. Y aquí comenzamos a hablar de Daniela Boo. Ella tiene su lenguaje visual –la pintura- armado por líneas y colores que se van articulando en un espacio virtual. Pero como la tecnología nos enseña a desarrollar nuestra consciencia ella nos muestra el punto de ruptura entre una realidad estática y una realidad móvil, tanto sea en un subterráneo o en la calle frente a los automóviles. En su pintura que como objeto es estática, paradójicamente, todo se desfasa, todo es móvil. Pero, también, puede detenerse y observar lo estático. También ella es una reflexión sobre la reflexión, sobre aquello que se refleja y esta presente sin estarlo. Es así que Daniela con absoluta coherencia se mueve entre lo que nos puede impresionar como abstracto y aquello que se nos presenta con la veracidad de una fotografía. Y este es un lujo que ella puede darse, porque se trata de una excelente pintora en lo que al oficio se refiere. Pero, lo más importante es la poética sensorial que ella propone y que ninguna máquina fotográfica, ni la más rápida, podría lograrla. No existe la mirada objetiva y hasta la fotografía puede llegar a ser subjetiva, pero, además, Daniela, en sus manos no tiene una máquina fotográfica, sino un pincel y una memoria, porque frente a sus ojos solo se encuentra el cuadro que pinta y que luego agradecidos lo contemplaremos nosotros.
Luis Felipe Noé, julio de 2009.
Las reflexiones de Daniela Boo
El ojo viaja, siempre, siempre viaja. El ojo no es estático. El reconocimiento de los objetos puede detenernos, pero siempre estarán en nuestra marcha. Pero estamos en un tiempo donde todo marcha. Ya no importa la nuestra, sino la dinámica que se suscita entre las velocidades. La nuestra, peatonal, casi estática en relación a la velocidad, por ejemplo, de un tren subterráneo. Lo esperamos en un terreno que no se mueve hasta que subimos a él, terreno que si se mueve. Estatismo y movilidad, esta es la clave para entender la fascinante obra de Daniela Boo. ¿Que es lo que se traslada en el tren subterráneo? ¿La multitud? Si, pero también la conciencia de la realidad. Ella no es estática. El periodismo nos enseñó un aspecto de la fotografía: lo móvil se eterniza (si es que su documentación sobrevive). Pero hay otra fotografía: la que propone lo subjetivo, tan sea estático o móvil. Muchos fotógrafos aceptan el desafío llegando hasta la abstracción. Aquí la fotografía compite con la pintura. Pero la pintura a su vez compite con la fotografía, ya que muchos pintores fascinados con la fotografía intentan el hiperrealismo. La conciencia de la realidad y la conciencia del mundo en movimiento que se tiene en la actualidad está más allá de la tecnología, aunque esta la haya despertado: reside en el ser humano. Y aquí comenzamos a hablar de Daniela Boo. Ella tiene su lenguaje visual –la pintura- armado por líneas y colores que se van articulando en un espacio virtual. Pero como la tecnología nos enseña a desarrollar nuestra consciencia ella nos muestra el punto de ruptura entre una realidad estática y una realidad móvil, tanto sea en un subterráneo o en la calle frente a los automóviles. En su pintura que como objeto es estática, paradójicamente, todo se desfasa, todo es móvil. Pero, también, puede detenerse y observar lo estático. También ella es una reflexión sobre la reflexión, sobre aquello que se refleja y esta presente sin estarlo. Es así que Daniela con absoluta coherencia se mueve entre lo que nos puede impresionar como abstracto y aquello que se nos presenta con la veracidad de una fotografía. Y este es un lujo que ella puede darse, porque se trata de una excelente pintora en lo que al oficio se refiere. Pero, lo más importante es la poética sensorial que ella propone y que ninguna máquina fotográfica, ni la más rápida, podría lograrla. No existe la mirada objetiva y hasta la fotografía puede llegar a ser subjetiva, pero, además, Daniela, en sus manos no tiene una máquina fotográfica, sino un pincel y una memoria, porque frente a sus ojos solo se encuentra el cuadro que pinta y que luego agradecidos lo contemplaremos nosotros.
Luis Felipe Noé, julio de 2009.
Las reflexiones de Daniela Boo
El ojo viaja, siempre, siempre viaja. El ojo no es estático. El reconocimiento de los objetos puede detenernos, pero siempre estarán en nuestra marcha. Pero estamos en un tiempo donde todo marcha. Ya no importa la nuestra, sino la dinámica que se suscita entre las velocidades. La nuestra, peatonal, casi estática en relación a la velocidad, por ejemplo, de un tren subterráneo. Lo esperamos en un terreno que no se mueve hasta que subimos a él, terreno que si se mueve. Estatismo y movilidad, esta es la clave para entender la fascinante obra de Daniela Boo. ¿Que es lo que se traslada en el tren subterráneo? ¿La multitud? Si, pero también la conciencia de la realidad. Ella no es estática. El periodismo nos enseñó un aspecto de la fotografía: lo móvil se eterniza (si es que su documentación sobrevive). Pero hay otra fotografía: la que propone lo subjetivo, tan sea estático o móvil. Muchos fotógrafos aceptan el desafío llegando hasta la abstracción. Aquí la fotografía compite con la pintura. Pero la pintura a su vez compite con la fotografía, ya que muchos pintores fascinados con la fotografía intentan el hiperrealismo. La conciencia de la realidad y la conciencia del mundo en movimiento que se tiene en la actualidad está más allá de la tecnología, aunque esta la haya despertado: reside en el ser humano. Y aquí comenzamos a hablar de Daniela Boo. Ella tiene su lenguaje visual –la pintura- armado por líneas y colores que se van articulando en un espacio virtual. Pero como la tecnología nos enseña a desarrollar nuestra consciencia ella nos muestra el punto de ruptura entre una realidad estática y una realidad móvil, tanto sea en un subterráneo o en la calle frente a los automóviles. En su pintura que como objeto es estática, paradójicamente, todo se desfasa, todo es móvil. Pero, también, puede detenerse y observar lo estático. También ella es una reflexión sobre la reflexión, sobre aquello que se refleja y esta presente sin estarlo. Es así que Daniela con absoluta coherencia se mueve entre lo que nos puede impresionar como abstracto y aquello que se nos presenta con la veracidad de una fotografía. Y este es un lujo que ella puede darse, porque se trata de una excelente pintora en lo que al oficio se refiere. Pero, lo más importante es la poética sensorial que ella propone y que ninguna máquina fotográfica, ni la más rápida, podría lograrla. No existe la mirada objetiva y hasta la fotografía puede llegar a ser subjetiva, pero, además, Daniela, en sus manos no tiene una máquina fotográfica, sino un pincel y una memoria, porque frente a sus ojos solo se encuentra el cuadro que pinta y que luego agradecidos lo contemplaremos nosotros.
Luis Felipe Noé, julio de 2009.
Daniela Boo
Fugaces, las imágenes cotidianas se superponen unas a otras. Pasar de peatones, automóviles, colectivos, trenes, marquesinas, publicidad móvil, televisión, plasmas o leds, a los que se agrega la acumulación de imágenes impresas. Una sucesión sin cisuras que se impone a la mirada. ¿Cómo producir un corte, cómo detener el ritmo frenético de lo urbano? En Daniela Boo, ese instante de detención parece producirse cuando, superponiéndose al ametrallamiento visual de las ciudades contemporáneas, fija la mirada en hombres y mujeres, los aparta de lo incesante y se concentra en ellos. Con la pintura. “El gran desafío es la soledad”, afirma la artista. La de los habitantes de la ciudad y la suya propia frente a los elementos de la pintura. Y esa mirada es la que subyace en el conjunto de obras que exhibe en esta muestra, una serie de trabajos realizados entre 2005 y 2009. Así, en obras como Pasajeras, pasajero, In & out, (2005), el acento está puesto en el aislamiento de quienes transitan las concentraciones urbanas: una ventanilla de bus, detrás de ella la imagen recortada de una mujer, el interior de un vagón con una solitaria figura masculina o el ascenso y descenso de pasajeros de los trenes. Sin embargo, si en la primera el color plano del autobús, los detalles depurados de los diferentes elementos acentúan una cierta soledad metafísica, en otras obras ese aspecto se reduce sólo a ciertos detalles y otras zonas, como la figura humana, las ventanillas del fondo del vagón o las manchas de color del andén, acusan ya un borramiento de contornos que será casi el motivo principal de las obras venideras. Dos variantes por las que la artista transita indistintamente: la extrema quietud y el vértigo de la dinámica del color. En ese sentido tanto Che, (2007) -un recorte del flujo del transito ciudadano en el que la ciudad se desdibuja en el reflejo de los vidrios de los taxis- como Uno (2005) -el hiperrealismo depurado del interior de un colectivo inundado de flores- refieren, a pesar de la diferencia de tratamiento, a las mismas ausencias, a los mismos encierros individuales en el universo superpoblado de la urbe moderna. Una distancia penetrada a veces por las flores (inevitable evocación a Georgia O'Keeffe), un mundo femenino que se ofrece casi como un cáliz abierto de color, un mundo de fantasías, de sueños coloridos. Transitar esas soledades, dar cuenta de lo humano en la intimidad de pequeños universos congelados por la ciudad, parece ser la voluntad de Daniela Boo. Por su parte, en obras como Del otro lado y del otro lado II (2005) - lo que se ve ‘del otro lado’ de un vagón de subterráneo en movimiento- la figuración amenaza con desaparecer y la imagen se centra en la vitalidad del desplazamiento. Las formas pierden así toda definición para convertirse en una abstracción horizontal de colores y luces. En 2008-2009, algunos trabajos de Boo parecen rendirse a los requerimientos del color, de la luz, del movimiento y de los problemas visuales que plantean. Ahora la pintura no es la representación de un objeto sino la retención de un deslizamiento (o del deslizamiento del color). En esos trabajos el ojo no opera ya como cámara fotográfica sino como una filmadora quieta fijada sobre cuerpos móviles. El pasaje rápido de trenes subterráneos deviene así tema de diferentes trabajos, entre otros Qué hay detrás de la luz y Double Motion (2008), que funcionan como una serie. En cierto momento, esos trabajos, se desplazan de lo real y se anuncian con nombres que evocan la mitología. Como cuando la mancha de humedad, en los mundos infantiles, se transforma en monstruo o en seductora aventura de titanes. La imagen dinámica del color pierde así toda pretensión de acercamiento científico y parece replegarse sobre lo sensorial primitivo, casi mágico, de su potencialidad. Un entrecerrar de ojos que disuelve por momentos la imagen permitiendo cobrar protagonismo a la pintura, para volver, una vez más, sobre sus preocupaciones.
María Teresa Constantin, julio 2009
Daniela Boo
Fugaces, las imágenes cotidianas se superponen unas a otras. Pasar de peatones, automóviles, colectivos, trenes, marquesinas, publicidad móvil, televisión, plasmas o leds, a los que se agrega la acumulación de imágenes impresas. Una sucesión sin cisuras que se impone a la mirada. ¿Cómo producir un corte, cómo detener el ritmo frenético de lo urbano? En Daniela Boo, ese instante de detención parece producirse cuando, superponiéndose al ametrallamiento visual de las ciudades contemporáneas, fija la mirada en hombres y mujeres, los aparta de lo incesante y se concentra en ellos. Con la pintura. “El gran desafío es la soledad”, afirma la artista. La de los habitantes de la ciudad y la suya propia frente a los elementos de la pintura. Y esa mirada es la que subyace en el conjunto de obras que exhibe en esta muestra, una serie de trabajos realizados entre 2005 y 2009. Así, en obras como Pasajeras, pasajero, In & out, (2005), el acento está puesto en el aislamiento de quienes transitan las concentraciones urbanas: una ventanilla de bus, detrás de ella la imagen recortada de una mujer, el interior de un vagón con una solitaria figura masculina o el ascenso y descenso de pasajeros de los trenes. Sin embargo, si en la primera el color plano del autobús, los detalles depurados de los diferentes elementos acentúan una cierta soledad metafísica, en otras obras ese aspecto se reduce sólo a ciertos detalles y otras zonas, como la figura humana, las ventanillas del fondo del vagón o las manchas de color del andén, acusan ya un borramiento de contornos que será casi el motivo principal de las obras venideras. Dos variantes por las que la artista transita indistintamente: la extrema quietud y el vértigo de la dinámica del color. En ese sentido tanto Che, (2007) -un recorte del flujo del transito ciudadano en el que la ciudad se desdibuja en el reflejo de los vidrios de los taxis- como Uno (2005) -el hiperrealismo depurado del interior de un colectivo inundado de flores- refieren, a pesar de la diferencia de tratamiento, a las mismas ausencias, a los mismos encierros individuales en el universo superpoblado de la urbe moderna. Una distancia penetrada a veces por las flores (inevitable evocación a Georgia O'Keeffe), un mundo femenino que se ofrece casi como un cáliz abierto de color, un mundo de fantasías, de sueños coloridos. Transitar esas soledades, dar cuenta de lo humano en la intimidad de pequeños universos congelados por la ciudad, parece ser la voluntad de Daniela Boo. Por su parte, en obras como Del otro lado y del otro lado II (2005) - lo que se ve ‘del otro lado’ de un vagón de subterráneo en movimiento- la figuración amenaza con desaparecer y la imagen se centra en la vitalidad del desplazamiento. Las formas pierden así toda definición para convertirse en una abstracción horizontal de colores y luces. En 2008-2009, algunos trabajos de Boo parecen rendirse a los requerimientos del color, de la luz, del movimiento y de los problemas visuales que plantean. Ahora la pintura no es la representación de un objeto sino la retención de un deslizamiento (o del deslizamiento del color). En esos trabajos el ojo no opera ya como cámara fotográfica sino como una filmadora quieta fijada sobre cuerpos móviles. El pasaje rápido de trenes subterráneos deviene así tema de diferentes trabajos, entre otros Qué hay detrás de la luz y Double Motion (2008), que funcionan como una serie. En cierto momento, esos trabajos, se desplazan de lo real y se anuncian con nombres que evocan la mitología. Como cuando la mancha de humedad, en los mundos infantiles, se transforma en monstruo o en seductora aventura de titanes. La imagen dinámica del color pierde así toda pretensión de acercamiento científico y parece replegarse sobre lo sensorial primitivo, casi mágico, de su potencialidad. Un entrecerrar de ojos que disuelve por momentos la imagen permitiendo cobrar protagonismo a la pintura, para volver, una vez más, sobre sus preocupaciones.
María Teresa Constantin, julio 2009
Daniela Boo
Fugaces, las imágenes cotidianas se superponen unas a otras. Pasar de peatones, automóviles, colectivos, trenes, marquesinas, publicidad móvil, televisión, plasmas o leds, a los que se agrega la acumulación de imágenes impresas. Una sucesión sin cisuras que se impone a la mirada. ¿Cómo producir un corte, cómo detener el ritmo frenético de lo urbano? En Daniela Boo, ese instante de detención parece producirse cuando, superponiéndose al ametrallamiento visual de las ciudades contemporáneas, fija la mirada en hombres y mujeres, los aparta de lo incesante y se concentra en ellos. Con la pintura. “El gran desafío es la soledad”, afirma la artista. La de los habitantes de la ciudad y la suya propia frente a los elementos de la pintura. Y esa mirada es la que subyace en el conjunto de obras que exhibe en esta muestra, una serie de trabajos realizados entre 2005 y 2009. Así, en obras como Pasajeras, pasajero, In & out, (2005), el acento está puesto en el aislamiento de quienes transitan las concentraciones urbanas: una ventanilla de bus, detrás de ella la imagen recortada de una mujer, el interior de un vagón con una solitaria figura masculina o el ascenso y descenso de pasajeros de los trenes. Sin embargo, si en la primera el color plano del autobús, los detalles depurados de los diferentes elementos acentúan una cierta soledad metafísica, en otras obras ese aspecto se reduce sólo a ciertos detalles y otras zonas, como la figura humana, las ventanillas del fondo del vagón o las manchas de color del andén, acusan ya un borramiento de contornos que será casi el motivo principal de las obras venideras. Dos variantes por las que la artista transita indistintamente: la extrema quietud y el vértigo de la dinámica del color. En ese sentido tanto Che, (2007) -un recorte del flujo del transito ciudadano en el que la ciudad se desdibuja en el reflejo de los vidrios de los taxis- como Uno (2005) -el hiperrealismo depurado del interior de un colectivo inundado de flores- refieren, a pesar de la diferencia de tratamiento, a las mismas ausencias, a los mismos encierros individuales en el universo superpoblado de la urbe moderna. Una distancia penetrada a veces por las flores (inevitable evocación a Georgia O'Keeffe), un mundo femenino que se ofrece casi como un cáliz abierto de color, un mundo de fantasías, de sueños coloridos. Transitar esas soledades, dar cuenta de lo humano en la intimidad de pequeños universos congelados por la ciudad, parece ser la voluntad de Daniela Boo. Por su parte, en obras como Del otro lado y del otro lado II (2005) - lo que se ve ‘del otro lado’ de un vagón de subterráneo en movimiento- la figuración amenaza con desaparecer y la imagen se centra en la vitalidad del desplazamiento. Las formas pierden así toda definición para convertirse en una abstracción horizontal de colores y luces. En 2008-2009, algunos trabajos de Boo parecen rendirse a los requerimientos del color, de la luz, del movimiento y de los problemas visuales que plantean. Ahora la pintura no es la representación de un objeto sino la retención de un deslizamiento (o del deslizamiento del color). En esos trabajos el ojo no opera ya como cámara fotográfica sino como una filmadora quieta fijada sobre cuerpos móviles. El pasaje rápido de trenes subterráneos deviene así tema de diferentes trabajos, entre otros Qué hay detrás de la luz y Double Motion (2008), que funcionan como una serie. En cierto momento, esos trabajos, se desplazan de lo real y se anuncian con nombres que evocan la mitología. Como cuando la mancha de humedad, en los mundos infantiles, se transforma en monstruo o en seductora aventura de titanes. La imagen dinámica del color pierde así toda pretensión de acercamiento científico y parece replegarse sobre lo sensorial primitivo, casi mágico, de su potencialidad. Un entrecerrar de ojos que disuelve por momentos la imagen permitiendo cobrar protagonismo a la pintura, para volver, una vez más, sobre sus preocupaciones.
María Teresa Constantin, julio 2009
Las dos Miradas de Daniela Boo
Daniela Boo tiene un ojo particular, o mejor dicho, los dos. Esto es: ejerce una forma de mirar que yo diría lingüística. Su lenguaje está formado por su experiencia gráfica, pero es, ante todo, pictórico. Ella mira la realidad en torno como si estuviese pintando, pero, cuando efectivamente lo hace, adquiere conciencia de su planteo. Pero a éste lo va concibiendo con una decisión y una soltura digna de quien intuye las respuestas antes de formular las preguntas. Por todo ello, su lenguaje es abstracto: no sólo se somete a los dictados de la relación línea – color – espacio, sino que también muchas veces en su pintura es difícil captar elemento figurativo alguno. Pero su punto de partida es bien concreto: la plaza donde juegan los niños, un caño en la arena, el mero juego, una señora abrazada a su perro, las hamacas, niños trepando, las sombras de los juegos, una calle. O bien, el subterráneo, el vagón con su gente, etc. Cada gesto que hace en el cuadro traduce su nervio y su decisión. Prima en algunos casos lo sensorial y en otros lo visual. Pero ambos aspectos siempre están presentes en su obra. Ojo, sentimiento, mano es su fórmula para trasladar lo mirado a energía ejecutiva y la elaboración de una nueva mirada: el cuadro que pinta. Podría decir que Daniela Boo tiene dos ojos y dos miradas.
Luis Felipe Noé, 2004
Las dos Miradas de Daniela Boo
Daniela Boo tiene un ojo particular, o mejor dicho, los dos. Esto es: ejerce una forma de mirar que yo diría lingüística. Su lenguaje está formado por su experiencia gráfica, pero es, ante todo, pictórico. Ella mira la realidad en torno como si estuviese pintando, pero, cuando efectivamente lo hace, adquiere conciencia de su planteo. Pero a éste lo va concibiendo con una decisión y una soltura digna de quien intuye las respuestas antes de formular las preguntas. Por todo ello, su lenguaje es abstracto: no sólo se somete a los dictados de la relación línea – color – espacio, sino que también muchas veces en su pintura es difícil captar elemento figurativo alguno. Pero su punto de partida es bien concreto: la plaza donde juegan los niños, un caño en la arena, el mero juego, una señora abrazada a su perro, las hamacas, niños trepando, las sombras de los juegos, una calle. O bien, el subterráneo, el vagón con su gente, etc. Cada gesto que hace en el cuadro traduce su nervio y su decisión. Prima en algunos casos lo sensorial y en otros lo visual. Pero ambos aspectos siempre están presentes en su obra. Ojo, sentimiento, mano es su fórmula para trasladar lo mirado a energía ejecutiva y la elaboración de una nueva mirada: el cuadro que pinta. Podría decir que Daniela Boo tiene dos ojos y dos miradas.
Luis Felipe Noé, 2004
Las dos Miradas de Daniela Boo
Daniela Boo tiene un ojo particular, o mejor dicho, los dos. Esto es: ejerce una forma de mirar que yo diría lingüística. Su lenguaje está formado por su experiencia gráfica, pero es, ante todo, pictórico. Ella mira la realidad en torno como si estuviese pintando, pero, cuando efectivamente lo hace, adquiere conciencia de su planteo. Pero a éste lo va concibiendo con una decisión y una soltura digna de quien intuye las respuestas antes de formular las preguntas. Por todo ello, su lenguaje es abstracto: no sólo se somete a los dictados de la relación línea – color – espacio, sino que también muchas veces en su pintura es difícil captar elemento figurativo alguno. Pero su punto de partida es bien concreto: la plaza donde juegan los niños, un caño en la arena, el mero juego, una señora abrazada a su perro, las hamacas, niños trepando, las sombras de los juegos, una calle. O bien, el subterráneo, el vagón con su gente, etc. Cada gesto que hace en el cuadro traduce su nervio y su decisión. Prima en algunos casos lo sensorial y en otros lo visual. Pero ambos aspectos siempre están presentes en su obra. Ojo, sentimiento, mano es su fórmula para trasladar lo mirado a energía ejecutiva y la elaboración de una nueva mirada: el cuadro que pinta. Podría decir que Daniela Boo tiene dos ojos y dos miradas.
Luis Felipe Noé, 2004